Twync y BidV

miércoles, 30 de marzo de 2016

Por qué los niños sueltan sus globos

Con autorización de El Espejo Gótico, reproducimos el artículo: "Por qué los niños sueltan sus globos", que dice:

La escena es perfectamente reconocible. Todos la hemos visto, y probablemente todos la hemos protagonizado alguna vez: un adulto le compra un globo a un niño y se lo entrega con sumo cuidado, no sin antes formular una serie de advertencias que incluyen vagas referencias a la ley de gravedad.

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Esto se repite en la proximidad de plazas, calesitas, a la salida de los zoológicos, los circos, las ferias, áreas frecuentadas por el sindicato de globeros y afines; gente astuta, perspicaz, que incita al consumo llevando un verdadero follaje de globos flotando sobre sus cabezas.

La estrategia de estos sujetos es simple: sólo se dejan ver, sin realizar anuncios rutilantes sobre las virtudes del producto que comercializan. Y los niños, invariablemente, caen en la trampa.

Claro que no son globos ordinarios. Son globos que flotan, que exigen cierta responsabilidad; de ahí la tasa deplorable en las ventas de individuos que ofrecen globos con forma de perro, de jirafa, de dromedario. ¿Por qué uno querría un globo zoomorfo, rasante, que en pocas horas asume la silueta de un tumor, cuando se puede tener un globo que flota?

Frente a estas esferas de helio los padres actúan con grandes precauciones.

El niño, como ya se ha dicho, es informado sobre las propiedades asombrosas de la gravedad. ¡No lo sueltes!, advierten, a veces apelando a anécdotas dramáticas sobre extraordinarios globos perdidos y otros niños que han llorado días enteros velando la pérdida.

Muchos padres operan como si estuviesen manipulando una bomba molotov, habida cuenta de los cuidados que toman al entregar la fina soga, o hilo, o piolín, o cuerda, que une al dispositivo con la mano. Los más severos incluso llegan a amordazar al niño con el hilo para que no suelte su globo.

Pero el globo, que en cierta forma es todos los globos, siempre encuentra la forma de irse.

A veces esto ocurre en complicidad con el propietario. El niño suelta disimuladamente el hilo, quizá para verificar la teoría de Newton; otras, debido a cierta negligencia, cierto desgano, cierto aburrimiento producto de la frecuentación que luego, ya en la madurez, se repetirá con algunas parejas.

Dicho esto, debemos desacreditar la hipótesis de que ningún niño pierde su globo. Todos lo sueltan conscientemente, aunque luego lloren esa pérdida como si el mismísimo perro de la casa saliese disparado hacia las nubes.

El llanto es inconsolable, llegando incluso a verdaderos accesos de broncoespasmos. Los padres, como siempre, intensifican la escena con el consabido: ¡Te avisé!, lo cual sólo redobla los berrinches.

Ese ruido ensordecedor disimula otros que únicamente el vendedor conoce.

Suena como un quejido tibio y lento que se pierde en las alturas. No es llanto de rabia, sino un susurro de tristeza. Le juro que así lloran los globos cuando sueltan a sus niños.


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